Catarsis
- Laura
- 26 sept 2017
- 3 Min. de lectura
Escribo esto a manera de catarsis, aunque tal vez no lo lean y lo entiendo. Hemos estado tan expuestos y tan sobre informados que ahora algunos evadimos, o cuando menos lo intentamos. Si lo leen, muchas gracias.
Escribo porque me siento rebasada. Porque siento que si no lo saco se me siguen apretando los nudos que traigo en la panza y en el corazón desde ese día en que supimos que las probabilidades a esta madre naturaleza poco le importan.
Me siento útil e inútil, las dos al mismo tiempo. Prestas ayuda como una máquina desde tu trinchera. No quieres dormir, no quieres parar, no puedes llorar aunque tengas ganas.
¿Cuánto es suficiente? ¿Qué hay que hacer para sentir que ayudaste? Tuve ganas de ser topo o ingeniera, o doctora o abogada o Superman. Pero soy comunicóloga, qué se le hace. Tengo que ayudar en lo que puedo y entender que ese es el papel que me toca.
Hay personas que ponen distancia, que separan. Está bien, todos procesamos diferente. Yo soy más bien como una esponja. Necesito saber qué está pasando. Si no lo sé me siento fuera del mundo. Creo que hasta me da más ansiedad no saber que enterarme. Pero esta vez la información es terrible y cercana. Pegó en casa y es imposible evitarla. Quizá debo aprender a que me importe pero no me duela.
Me siento fuera de mi cuerpo, aquí y allá, en todos lados. O tal vez en ninguno, porque mi cabeza no completa dos ideas sin alucinar la alerta sísmica o sentir que se mueve el piso o recordar cómo sonaba el edificio donde me encontraba, con ruidos terriblemente diferentes a los de todos los días.
Me siento vulnerable, creo que todos nos sentimos. Pequeñas migajas sobre una servilleta. ¿Y qué puedes hacer? Nada. Tomar algunas precauciones, reaccionar rápido, estar preparado. Pedirle a Dios o a quién tú creas que proteja tu vida y las de los tuyos. Y esperar a que pase el movimiento. Esperar eternos minutos.
Me siento asfixiada. Desde el 19 de septiembre respiro corto, no me entra el aire. Supongo que será temporal y que cuando menos me dé cuenta habrá pasado. ¿Cómo le hicieron hace 32 años? ¿Cuándo sintieron que la vida era "normal"?
Me siento con ganas de llorar y no puedo. La verdad no tengo culpa por estar viva. Estoy feliz de estar viva y de que todos los míos lo estén. Pero el llanto se me atora en la garganta. A mí, la lágrima pronta... Tal vez porque siento que si lloro no voy a parar. Porque sé que el mundo es más grande que solo mi pequeño círculo y me duele lo que está pasando.
Porque lloro y mi hija me ve con desconcierto y no quiero que se espante. Así es esto: su mamá a veces se pone triste y llora y en esta casa está bien llorar porque estas triste o enojado, pero antes que nada esa niña se tiene que sentir segura y yo tengo miedo.
Me siento adormilada pero no duermo. Miro el techo pensando en si mis tenis están a la mano. Si tengo las correas de los perros preparadas. Si el celular tiene pila suficiente. Si puedo cargar a mi hija y bajar 3 pisos corriendo. Si será que me duermo y no escucho la alerta sísmica... Y estoy en eso cuando de pronto hay un ruido: "¡¿qué es eso?!" Es el sueño que se va a tardar en llegar otro ratito.
Ya nada puede ni debe ser como antes y me siento ansiosa porque no quiero que la gente olvide. El año que entra es importante para nuestro país. Por favor, que la gente no olvide. Que nadie olvide pronto.
Me siento orgullosa de estas personas que me rodean. De los que corren sin dudar hacia el peligro porque pueden salvar una vida. De los que se desprenden de todo porque el otro se quedó sin nada. Estoy esperanzada, cosa no muy habitual por estos días. Me siento muy triste, pero conmovida.
Me siento impaciente porque quiero que pase el tiempo y que se afiance, de forma definitiva, esta nueva vida que tenemos. Solidaria, empática, humilde, organizada. Con eso, mi familia, menos miedo y unas horas más de sueño, podría decir que basta y sobra.
Comments