El mundo en sus ojos

Lo más bonito de ser mamá ha sido ver a mi hija descubrir el mundo.

Estoy segura de que no soy la única que ha sentido lo mismo; es una mezcla de emoción, maravilla y nostalgia.

Verla crecer y presenciar cómo se convierte en una persona única, con sus propias pasiones y sueños, ha sido un regalo lleno de pequeñas joyas.

Como todas las mamás, cuando supe que estaba embarazada, tenía mi lista de peticiones: que este bebé venga en tiempo, que llegue sano, que tenga una vida plena, Y siempre, siempre en mi lista, estaba el deseo de que fuera niña.

Mi corazón lo deseaba con tanta fuerza, lo anhelaba tanto. Lo pedí desde el primer momento: yo quería a mi Julia. La llamaba por su nombre porque fue elegido desde antes de que viniera en camino.

Así que, cuando la doctora nos dijo que todo se veía perfecto y que tendríamos una niña, lloré llena de agradecimiento y prometí jamás volver a tener una expectativa sobre ella.

Mi único deseo para su vida es que siempre sea libre y que sea feliz.

Entonces, volviendo al punto, verla descubrir todo, así, sin expectativas, ha sido maravilloso.

Tal vez sea que reconecto con mi propia infancia. O que busco en ella las emociones que, con la rutina y el tiempo, a los adultos se nos olvidan o se nos vuelven costumbre.

Y, al mismo tiempo, compartir experiencias y crear recuerdos va construyendo un lazo entre nosotras, fuerte y eterno. Sus preguntas y su perspectiva única me hacen mirar más allá de lo que para mí es obvio y apreciar la belleza de las respuestas nuevas.

Yo sé que un día ella volará al mundo sola, y que dejaremos de descubrir cosas juntas porque ella lo hará en su propio camino. Por eso estos momentos exigen mucha presencia, porque no son eternos y ese es el punto, aunque duela.

Así que presentarle el mar y las jirafas. Las luces de bengala, la música y las películas. Estar ahí para escoger los colores que le gustan, los sabores que se le antojan. Viajar y soñar y compartir experiencias...

Ver el mundo en sus ojos: vaya aventura increíble.