Esperando...
- Laura
- 17 feb 2015
- 3 Min. de lectura
Finalmente estoy descansando en casa, tomando mi licencia de maternidad para esperar la llegada de Julia... Aunque eso de descansar es un decir porque, por angas o mangas, hemos dejado un montón de pendientes para el último momento.
Y por pendientes no me refiero a comprar el Capent o hacer la maleta. Por pendientes quiero decir que no hemos pintado la recámara. O sea, estoy hablando de BIG TIME pendientes. Pero bueno, ya todo está fluyendo y esta misma semana vienen a trabajar en su habitación y todo irá quedando listo. (Por favor, Julia, danos las semanitas que necesitamos).
En estos meses el tiempo ha sido una cosa muy extraña. Por un lado he sentido que vuela, por el otro, que ha sido eterno. Entre citas con el doctor, en el Seguro Social, estudios, la vida normal en el trabajo y la casa, los Baby Shower, los regalitos, los perrhijos, que ya no duermo bien, que medio siento cosas raras... Cuando me di cuenta, estoy a pocas semanas de que Julia nazca.
Así como soy de lágrima pronta, ya empecé a extrañar mi panza y todavía no se va. Ya empecé a reflexionar sobre todo lo que ha pasado y que al principio de mi embarazo, en la semana 5, me parecía lejanísimo, y que hoy son aprendizajes.
Por ejemplo, que es normal sentir pánico (y no sólo al principio). Finalmente, ahí viene en camino el mayor cambio que tendré en la vida, y tener miedo o ansiedad no me convierte en una mala mamá. Tal vez hasta sea mejor un poco de nervio, porque quiere decir que soy consciente de que vienen retos y no estoy en la baba.
Así es que sí, a veces siento pánico, pero también he sentido tanto amor y emoción que estoy segura que todo estará bajo control. Inhalo y exhalo y para adelante.
Otro aprendizaje rudo que he tenido es intentar relajarme y tomarme todo lo que ha pasado por mi cuerpo y mente con calma, porque jamás había experimentado tantas sensaciones y miedos nuevos y desconocidos como en estas 37 semanas. Desde calambres y punzadas hasta pensamientos torturadores y fijaciones raras.
Porque en un embarazo, y más en el primero, siempre hay una cosa nueva o extraña por la cual espantarse. Si no me hubiera tomado las cosas con calma (y confiara tanto en mi doctor), la hubiera pasado muy mal. Y eso que sí hubo un par de llamadas alocadas y visitas a urgencias, pero todo tranquilo. Aunque eso sí, prefiero que me digan "señora, cálmese y váyase a su casa". Empezando por el esposo.
Ese es un punto importante, el esposo. Leí una frase que dice "No sabía cuánto amaba a tu papá hasta que supe cuánto te ama él a ti" y es 100% cierta. Además del amigo, el compañero y el cómplice, descubrir al papá ha sido maravilloso. Y estoy segura de que sólo es la punta del iceberg, porque los hombres viven los embarazos más como "la panzona de mi esposa" que como "el milagro creador de vida", y está bien, es normal. Pero estoy segura de que cuando conozca a Julia y la cargue por primera vez, habrá chispitas de amor incondicional.
Ya desde ahora el esposo ha sido cariñoso, atento, cuidadoso. Ha estado al pendiente de las necesidades de la bebé y las mías. ¡Ha sido un gran compañero de panza y antojos! Y ya muero de ilusión de vivir cada día viendo crecer el lazo entre ellos y la relación profunda que sé que van a construir.
Pues ya casi se acaba la etapa de pancita y espera. Efectivamente, la recta final está pesada. Duele la espalda, te hinchas, no duermes tan bien… Es como si mi cuerpo no fuera mío porque se lo estoy prestando a Julia para que acabe de prepararse para llegar. ¡Y no hay problema!
Nunca pensé sentirme tan contenta estando tan achacosa o incómoda. Jamás imaginé que iba a alcanzar esta circunferencia, que iba a verme tan redonda y vivir tanta emoción. Y está muy divertido encontrarle el lado bueno a caminar como un pingüino que carga una sandía.
Pero eso sí, jamás he caminado más feliz y orgullosa en mi vida.
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