Me enojo y ¡aaah!
- Laura
- 10 ago 2011
- 3 Min. de lectura
A veces me enojo. Ahí dónde me ven, sonriente y buena copa, no soy todo cascabeles y ja-ja-ja. Es más, podría decir que me enojo más seguido de lo que yo quisiera. Alguna vez le dije a mi mejor amigo que soy de mecha corta pero de poca pólvora y es cierto. Me enojo mucho y con relativa facilidad, pero el berrinche me dura poco tiempo y luego ya, pasó.
Mis dos minutos de enojo suelen ser de mucho exalto. Maldigo, es probable que levante la voz, digo cosas muy feas (de las que luego me arrepiento), me da calor, me pongo roja, tengo ganas de matar a alguien. Bueno, puede que hasta llore del coraje, literalmente. Y ya en extremo, he llegado a patalear el suelo. Tal cual.
No me siento orgullosa de esos destemples en mi carácter, porque además sé que no son nada sanos. Pero tampoco creo que sea sano tragarse el coraje y dejar que lo digiera el estómago o el colon o la presión arterial. De mi sistema sale porque sale, aunque sea en forma de recordatorio maternal.
Hay situaciones que me hacen enojar tanto como a cualquiera, como la manera en que manejan los choferes de camiones, peceras y taxistas, o que la gente tire basura en la calle, pero obviamente cada persona tienen sus muy exclusivos botones rojos que disparan su ira.
Reflexionando, los míos tienen que ver con la gente moralina, la ignorancia y la estupidez en general. Ah, y también tengo problemas con las autoridades, pero eso es tema de otro post (uno que se llame "Creo firmemente que siempre tengo la razón").
Pero cuando más, más, más me enojo, es cuando me enojo conmigo misma. Cuando voy parada en el tráfico porque sé que me levanté tarde. Cuando digo "¡nada me queda!", pero sé que le he entrado a las garnachas con felicidad. Cuando pienso "tengo sueño" y recuerdo que una noche anterior me desvelé viendo en la TV cualquier tontería. O sea, situaciones que están en mis manos y con las que soy negligente.
Ahora, haciendo un análisis más profundo, el enojo rara vez es sólo enojo. Normalmente tiene otra cosilla por ahí escondida que no queremos o no podemos manejar y que expresamos armándola en grande. En mi caso, creo que el enojo normalmente es manifestación de infelicidad, impotencia, miedo o frustración.
Piénsenlo bien: es sencillo canalizar cualquier sentimiento negativo al enojo y hasta puede servir como un escudo. Es más sencillo enojarse que aceptar que estás triste. Es más sencillo enojarse que enfrentar que tienes miedo. Es más sencillo enojarse que lidiar con una decepción.
Ahora, cuando menos en mi caso, el enojo me enciende una especie de lumbre en las tripas y me hace moverme. En cambio la frustración o el miedo, mas bien me paralizan. Digo, de ninguna forma estoy diciendo que esté increíble enojarse para actuar, o que esté más padre enojarse que llorar porque estás triste.
Evidentemente tengo muchos aspectos que mejorar en mi manejo de emociones negativas y mi manera de explotar. Pero si un consejo puedo dar a este respecto, es que es mejor detenernos y reflexionar por qué estamos molestos y si no es que ese enojo es en realidad reflejo de otra cosa:
¿Estoy enojado(a) con mi jefe o estoy frustrado(a) porque no me puedo comunicar con él/ella?
¿Estoy enojado(a) con mi novia(o) o estoy triste por algo que pasó y que no hemos solucionado?
¿Estoy enojado(a) porque este proyecto está feo/aburrido/complicado o tengo miedo de no poder dar el resultado que se espera?
Y si detectamos cuál es nuestro sentimiento real, creo que podremos trabajar en su solución mucho mejor. Sin mencionar los beneficios para el hígado. Y si después de meditarlo resulta que sí es enojo, pues let it be!
Todos tenemos derecho a explotar de vez en cuando, ¿no?
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